domingo, 31 de agosto de 2008

No-Helden



Un hombre camina através de una calle humedecida de Lima, son las doce de la noche y él, junto con otros espectros hermanos avanzan levitando por medio de la pista; los sonidos de la avenida Alfonso Ugarte se aislan ante la presencia de estos magníficos vampiros, los veo y mi mente se puebla de imágenes obscuras, sangrientas, llenas de música y placer. Finalmente llegan a la cola para entrar a la NO-HELDEN. No me dirigen palabra alguna, pero sí una mirada rápida, floja y desaprobatoria a mi chompita verde; no soy negra impoluta, incluso no bastaría con que lo fuera, tal vez si mi rostro estuviera oculto tras una capa de polvos blancos para traerme palidez, mi cabello batido y cayendo en cascada sobre mis ojos, o mis botas alucinantemente llenas de broches, hebillas e imperdibles, además por supuesto de una horma gigantesca; recién ahí, tal vez, ellos me podrían mirar como semejante, pero los más genuinos me respirarían, adivinando que no hay ningún ritual sangriento en mi haber, al menos ninguno hecho adrede.

La No-Helden ya no existe.

Me acordaba con un amigo, exaltados los dos, de esa discoteca wave en el centro de Lima. No puedo recordar mayor adrenalina en mi cuerpo, cuando una vez estando en la cola para entrar, bajaron los metaleros para sacarle la mierda a los vampiros; patadas van mentadas vienen, las botas militares y las botas góticas se agitaban en una retahila desordenada de piernas, todo esto bajo la densidad de la música grave que acercaba su rumor hasta la calle en medio de la grisura limeña; fue todo muy confuso, gritos trasvestidos, conchatumadresmaricóndemierdaposerocojudoytuviejatambién.
Puede que no se entienda esa metalera violencia gratuita; pero si observabas a las personas que iban a la No-Helden, se entendía este odio acérrimo de los metaleros; habían muchachos delgados y frágiles con sendos peinados, travestis con ojos ennegrecidos y boca enrojecida, mujeres con capas púrpuras, hasta engrilletados había esa noche. Fragilidad, sensibilidad, individualidad; justito lo que más enfurece al frenetismo metalero.
Pero si afuera se vivía el peligro, adentro era la gloria; te recibía un espejo para mejorar el baile egotista y solitario, no habían luces maravillosas o atmósferas enrarecidas; pero lo mejor era la música y el espíritu; nadie bailaba en pareja, todos estábamos juntos, pero quedaba claro que la valía estaba en el individuo, en lo propio; y yo por supuesto bailaba feliz enchompada en verde.
Conversando con otros al llegar la aurora, la hora de los gallinazos, cuando la No-Helden cerraba sus fauces, cual vampiresa intolerante ante el día, me enteré que muchos de los chicos tan maravillosamente caracterizados, eran trabajadores, vendedores de computadoras en Wilson, obreros de fábrica, migrantes de segunda generación, todos eran parte del sistema, todos pertenecíamos al establishment de alguna manera; no se metían a alguna cueva o algún refugio a esperar que la noche aparezca exhuberante y húmeda, estas botas cuestan un montón amiga; de alguna manera se tenían que mantener los gustos.
Todos nos íbamos a nuestros destinos con el rímel corrido, con el cuerpo vibrando por tanto bailar, sólo que ellos en algún pequeño instante me parecieron tristes niños disfrazados; pero al voltear para verlos alejarse por última vez, se tornaron una vez más en espectros de ciudad.
P.D: En la foto está Clan of Xymox, un grupazo que no me abandona desde esas épocas.

martes, 12 de agosto de 2008

Señor Vargas Llosa, una pregunta...

Quiero decir tanto acerca de todo, pero una vez más el lenguaje me traiciona; mi pensamiento y la palabra escrita son amigos que se distancian, se aman o se odian con la frecuencia en la que uno se cambia de calzón (un dicho común de mi abuela Chela, jajaja, mujer chinchana de labia poderosa.)

A ver...Fui hace poco a la inauguración del Festival de Cine de Lima, me divertí con la exposición sobre Mario Vargas Llosa en la casa O' higgins; en especial una sala en donde hay una serie de libros que el escritor ha obviamente leído, pues ha dejado sus notas por todo espacio en blanco; incluso en la última hoja le escribe al libro una nota evaluadora, cual profe con examen, a Flaubert le pone 20 casi siempre, están Joyce, un par de filósofos, Mariátegui y otros más; qué divertido fue, incluso llegué a sentir un poco el espíritu académico y fervoroso que tiene don Vargas. Hay algo que siempre he querido preguntarle, me gustaría que me cuente sobre mi abuelo, pues ha escrito unas tres veces sobre él; en Conversación en la Catedral, El Pez en el Agua, y algún otro que aún no he leído; mi abuelo fue su compañero en San Marcos, formaron un grupo de estudio además, ya saben cómo es, formas con personas, sea por su lucidez, por su conocimiento o ideología, un grupo en donde lees y estudias libros, textos y reliquias para luego dedicarte a desmenuzar, a deconstruir. Las pasiones se despiertan, ah que sí, en aquellas tertulias; imagino a mi abuelo con su cigarro en la boca, la ceniza cayendo de pronto, dando luces con Vargas Llosa y otros estudiosos, realmente esas generaciones de intelectuales en San Marcos eran de las mejores, ya desde Porras o Basadre se instauró un amor por el estudio y el conocimiento que se extraña por estas épocas.

En fin...para no columpiarme por las ramas cual macaco. Quería acercarme y decirle : Me llamo Julia, y sí, me dicen tía Julia, y no sólo mi sobrina , sino algunos de sus lectores que lo recuerdan hasta en las bromas; pero yo soy la nieta del indio Martínez, ese cholo de rostro cobre, con cigarro sempiterno, que le ha dado luces más de una vez, ¿verdad? Si no, no hubiera escrito tres veces sobre él, cuénteme señor Vargas Llosa, cómo era mi abuelo, ¿le brillaban los ojos al escuchar una idea genial? ¿Cómo era su rostro cuando defendía algo? ¿Era su sonrisa gentil ? ¿Alguna vez se dejó ver triste? ¿Alguna vez se permitió estar distraído? ¿Siempre combinaba su chompa de cachemira con su saco de cuero, tal como yo lo recuerdo? ¿Alguna vez le habló de mí, de las veces que me cargaba y me llevaba hasta su pecho que olía a tabaco y a buen hombre; de cuando me dejaba estar en su biblioteca horas de horas acompañándolo, de cuando me compraba helados en invierno, de cuando me compró una máquina de escribir igualita a la de él, pero en chiquito, de cuando me decía Satacho, ven Satanás? ¿No? Pues permítame contarle a usted que se murió, hace ya bastante tiempo, quince años más o menos, y yo estuve ahí, tomándole la mano, viendo como su cuerpo se relajaba cada vez más, cómo su dolor se iba escapando poco a poco, como mi mami me dijo que no llorara para que él no tuviera pena al momento de dejarme, porque él me dejó, ¿sabe usted? El se fue cuando yo más lo quería, cuando más se internaban sus palabras y sus abrazos en mí, él se fue cuando más apasionado lo veía con su trabajo, cuando más lo veía leer e investigar y cuando más estaba fumando también, nunca dejó el tabaco. Será por eso que se murió; por eso señor Vargas Llosa me alegra que hombres y mujeres como usted, como mi abuelo vivan, vivan para seguir creando, para seguir escribiendo, para seguir... Al poco tiempo de que mi abuelo se muriera me encontré con un mendigo, tenía como 80 años, estaba hambriento y haraposo; le di dinero y me quedé pensanso por qué ese señor, que estaba abandonado a su existencia vivía, por qué, por qué mi abuelo, que tenía para dar una vida llena de trabajo no. No se preocupe, ya entendí que cada humano tiene un lugar en el mundo, cada humano tiene algo por hacer; que tengo la oportunidad de sentir su tesón en mí, que yo puedo tomar la posta de su apasionamiento; ya lo entendí, pero mi recuerdo de niña aún tiene la sensación de haber sido víctima de una enorme injusticia. Era sólo eso señor Vargas Llosa, sólo eso. Hasta luego y ¡salud!

No se lo dije porque no tuve oportunidad; ya después me sumergí en un copa y en la risa con los amigos. Sólo en algún momento me quedé callada y en solitario repasando la mirada entre la exposición y la gente, pero unas manos me cogieron de la cintura y él nuevamente me trajo con un beso al aquí y ahora, a la risa y la conversación; de vez en cuando veía los libros de Vargas Llosa, pero no me sentí ni nostálgica ni con desazón , porque el indio Martínez acababa de prender su pipa dentro de mi corazón.

domingo, 3 de agosto de 2008

No te pelees "por mi causa"...Oh, no.

No debería sonreír al respecto, o al menos tengo la sensación que no debería hacerlo: Albericoque se peleó "por mi causa" hace unos días, en Pucusana; o mejor dicho por causa de la represión e irrespeto de este grupo de sujetos o visto de otra manera porque se metieron con mi trasero de manera comunal, o más bien coral , pues uno lanzaba algún apelativo y los otros secundaban con cánticos ebrios y balbuceantes, corolado todo de risas de cañazo.

El asunto es que se dió unos cuantos puñetes, cabezazos; le jalaron el cabello además, aprovechándose de sus mechas largas (y algo escasas.)

Digamos que una mujer peruana o limeña al menos, está un poco más habituada a ignorar los hirientes piropos que los hombres nos lanzan como flechas (cuando una transita por la adolescencia más de una acierta y atraviesa nuestro cuerpito mujeril), pero hay un nosequé que ustedes, seres masculinos no soportan; se trata de respeto dirán; sí, pero no solamente es eso; es como un ataque a la masculinidad, que frente a las narices de uno, los congéneres espeten lascivias a tu mujer... y bueno a nosotras, al menos a mí, me produjo indignación, cólera, frustración, pero también me dejó una sonrisita giocondesca interna, un gustito porque él se peleó por mí y por las carnes de mis posaderas.

Yo que siempre me alucino super neutra y no partícipe de características consabidamente femeninas (feminoides), me descubrí orgullecida ante esto. Bueno pues, uno se conoce en el camino.

P.D: Ya antes un ser masculino se había peleado por mí, pero admito sinceramente que no fue causa de orgullo; pues le pegó a un amigo suyo con el que yo reía y conversaba; después de tumbarlo en el piso, gritó: ¡Esta es mi mujer, no la toquen, carajo! Acto seguido vomitó. Es de suponer que me avergoncé mucho, tanto que la vergüenza mató mi amor de dieciocho años.