martes, 13 de mayo de 2008

Cuando las voces crecen dentro

Hace mucho que no posteo, porque soy errática, porque a veces me llega al pincho, porque no quiero postear sobre nada que realmente no me interese, porque me da reticencia hablar de mí misma como si fuera a importarle a alguien mi vida íntima; no sé, no he posteado porque mi relación con la escritura es así como ha sido siempre: profunda e ingrata, incluso creo que yo misma soy así.

Antes de partir a mi ensayo (qué flojera da a veces ensayar en la mañanita, ah también soy una floja del carajo...), por mi cabeza transcurren palabras que por alguna razón pugnan por colgarse en este post, no hay nada en específico que quieran articular, tal vez se formen hasta establecer un discurso del por qué no tengo constancia, o qué se yo, adquiera la forma de un manifiesto teatral o del amor, o de la maternidad, o de cómo son las mujeres,que me stán dando tanto que pensar; o que el camión de basura pasa a las 2 de la mañana por mi casa y estoy segura de que el chofer del camión siempre al pasar por aquí, observa el mar y suspira cada vez que las luces se miran en el agua.

O tal vez escriba que ya son las 9 y 10 am, y tengo que salir en cinco minutos, pero quiero seguir viajando entre palabras y frases, entre balbuceos e inconstancias; a lo mejor para evadir mi trabajo, a lo mejor porque la escritura siempre ha sido un refugio, para mí y para todos los que escriben; aunque después cuando has descubierto que en realidad es una necesidad, te de miedo porque te reta a no tomarla como ejercicio, te reta a sostenerla con ideas, con belleza, con atmósferas, con conocimiento, con concolón, con corazón que se subvierte inteligentemente y no vomitando, hasta tomar la forma de algo de lo que te sientas orgulloso, porque en esto estás tú, está tu cerebro, está tu cuerpo todo y está la sonrisa del que sabe que la escritura es su compañera.

1 comentario:

Fedora Martínez dijo...

Recuerdo cuando estabas por llegar a los ocho años y te vimos echada en el sillón leyendo Matalaché. Mamá Chela se sorprendio y le dijo a Papá Héctor que eras muy pequeña para que leyeras "eso". Cómplice tu abuelo igual que yo, no dejamos que Chela hiciera justicia ... y seguiste leyendo.

Esa -la lectura- es cómplice del escritor (y de todos) porque acompaña por mundos jamás imaginados, sin embargo qué difícil es sumergir los pensamientos cuando miles de hechos suceden ante tus ojos (creo que allí esta la diferencia entre los neófitos y los lectores asiduos).

La otra cara es la vida: intensa, malvada, generosa, contradictoria. Tan lejana de nosotros cuando estamos desolados, abandonados y tan cerca cuando extiende su mano y nos prodiga felicidad.

Vaya material que los escritores tienen. Unas líneas por favor.