jueves, 17 de enero de 2008

El estanco de sal


Enrarecido está el aire por estos días; extraño, pues el frescor del año nuevo invade todo hasta marzo, al menos. La música del Príncipe Igor me hace llorar por las visiones tan plomas; si al menos fueran negras, sabría que tengo que dar toda la luz posible al devenir, pero si está gris, cómo calibro la lámpara.

Es tan simple todo, como que si carga uno las cosas que le hacen daño, las tiene que dejar en el camino, pero, cuánto cuesta dejar ligero el baulito, da miedillo dejar al sempiterno diablillo acompañante; siempre queda tomárselo a la broma, relax que le dicen, no hacerle caso en demasía, para que así el descenso sea lentito; pero yo soy del tipo burdo que le gusta aventar el paquete entero al río para que se vaya, que se vaya...paciencia dicen mis consejeros. Paciencia me suena a ciencia de la paz, seré científica esta vez.

Gracias le doy a la bella que me preguntó por mi blog, tú, porque me hiciste sentir pena por dejarlo olvidado, gracias señorita de los vapores. Hallo ahora mi desfogue en estas pantallas mortecinas.

2 comentarios:

Fedora Martínez dijo...

Los atados, innatos en la naturaleza humana, sólo cambian de peso, color, textura. Sus contenidos son diversos, cargamos mandatos, órdenes, impotencia, historia, memoria, olvido. Tienen la pátina y el peso que da la herencia familiar, el fervor religioso, la escuela.

Nos vinculamos al atado con mayor o menor vehemencia. Unos como si temieran que el futuro inmediato los encuentre desprovistos de sus cargas (aquí ningún cambio es admisible, sólo el que la naturaleza humana dio y el orden social asignó). Otros, peleando contra sí mismos tratando de hallar distancia interior, en el camino van botando y recogiendo atados (supongo que aquí es importante el orden, la selección). Esto es -creo- la esencia de la permanencia o el cambio cultural, del modelado de nuestra personalidad.

Seguramente habrán tiempos en que debamos correr ágiles por cuestas y allí las cargas habrá que aligerarlas. Y otros de recorridos largos, con carestías éticas, con ángeles o demonios que nos hablarán de mundos diferentes y allí las cargas habrá que aligerarlas. También estarán los tiempos que queremos inventarnos y allí las cargas habrá que aligerarlas.

La utilidad e inutilidad de nuestro atado se convierte en temporal ¡qué difícil reconocer esta condición!

También los atados construyen nuestra personalidad y desempeño. Me contaron que un profesor sanmarquino decía “detrás de una excelencia hay una carencia”.

Gracias por tu nota. Recordé lo vulnerable y lo inexpugnable que somos, también que el lenguaje nos ata. Los signos amamantan nuestro entendimiento.

Finalmente el miedo es sólo eso: temor, angustia por amenaza real o imaginaria. Superado llega el cambio.

Víctor Hugo Velázquez Cabrera dijo...

Enrarecido está también el aire para Banquo cuando las Parcas vaticinan los títulos de McBeth y desaparecen en un trueno:

-El aire tiene burbujas como el agua...y donde se han disuelto?

McBETH:- En el aire, lo corpóreo se ha disuelto en el aire, como el aliento.

Banquo:-¿Dónde se ha visto estas cosas? ¿Hemos tomado la raíz ponzoñosa que priva los sentidos? (I,1)

Cuando el mundo -o la vida- están a punto de decirnos algo ...¿no se enrarece el aire y el aliento se suspende? ¿Qué designios secretos hemos de recibir? ¿Vamos a amilanarnos por eso y soltar de la mano la lámpara azul de nuestra juventud? Es esa de las lámparas que se calibran con la ilusión ardida ...

La atmósfera que denucia las intenciones de Lady McBeth:

-El cuervo mismo enronquece para anunciar la fatídica entrada de Duncan bajo mis atalayas ...(I,v)

es la misma que advierte
-mansamente- el rey Duncan cuando le dice a Banquo:

-El castillo es amable: el aire tenue lo avisa con dulzura ...

Y Banquo duplica con alegría:

-Donde la golondrina que frecuenta los templos en verano hace preciosos nidos que los cielos aroman, he observado que el aire es trasparente.(I,vii)

El aire enrarecido, el paisaje, es el mismo, más son dos las conciencias: Lady McBeth, que sabe que va a matar a Duncan, hace de la mañana su cómplice al 'leer sus designios' en la voz de los cuervos... Duncan, libre de culpas, enfrenta el día de su muerte con inigual serenidad, con terrible inocencia...

'Accipio omen' decían los latinos -acepta tu destino- y lo ominoso bien podría ser igual a nuestras fuerzas. Sísifo lleva incansable su carga a su destino: rodar y rodar... y lo dice el corrido: 'que no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar'...

Quizás llegando el aire se adelgace, enrarecido, a punto de decirnos algo y sea nuestra propia voz la que irrumpa en un rayo y nos anuncie que hemos llegado a la 'región más tranpasparente del aire'.