
Un hombre camina através de una calle humedecida de Lima, son las doce de la noche y él, junto con otros espectros hermanos avanzan levitando por medio de la pista; los sonidos de la avenida Alfonso Ugarte se aislan ante la presencia de estos magníficos vampiros, los veo y mi mente se puebla de imágenes obscuras, sangrientas, llenas de música y placer. Finalmente llegan a la cola para entrar a la NO-HELDEN. No me dirigen palabra alguna, pero sí una mirada rápida, floja y desaprobatoria a mi chompita verde; no soy negra impoluta, incluso no bastaría con que lo fuera, tal vez si mi rostro estuviera oculto tras una capa de polvos blancos para traerme palidez, mi cabello batido y cayendo en cascada sobre mis ojos, o mis botas alucinantemente llenas de broches, hebillas e imperdibles, además por supuesto de una horma gigantesca; recién ahí, tal vez, ellos me podrían mirar como semejante, pero los más genuinos me respirarían, adivinando que no hay ningún ritual sangriento en mi haber, al menos ninguno hecho adrede.
La No-Helden ya no existe.
Me acordaba con un amigo, exaltados los dos, de esa discoteca wave en el centro de Lima. No puedo recordar mayor adrenalina en mi cuerpo, cuando una vez estando en la cola para entrar, bajaron los metaleros para sacarle la mierda a los vampiros; patadas van mentadas vienen, las botas militares y las botas góticas se agitaban en una retahila desordenada de piernas, todo esto bajo la densidad de la música grave que acercaba su rumor hasta la calle en medio de la grisura limeña; fue todo muy confuso, gritos trasvestidos, conchatumadresmaricóndemierdaposerocojudoytuviejatambién.
Puede que no se entienda esa metalera violencia gratuita; pero si observabas a las personas que iban a la No-Helden, se entendía este odio acérrimo de los metaleros; habían muchachos delgados y frágiles con sendos peinados, travestis con ojos ennegrecidos y boca enrojecida, mujeres con capas púrpuras, hasta engrilletados había esa noche. Fragilidad, sensibilidad, individualidad; justito lo que más enfurece al frenetismo metalero.
Pero si afuera se vivía el peligro, adentro era la gloria; te recibía un espejo para mejorar el baile egotista y solitario, no habían luces maravillosas o atmósferas enrarecidas; pero lo mejor era la música y el espíritu; nadie bailaba en pareja, todos estábamos juntos, pero quedaba claro que la valía estaba en el individuo, en lo propio; y yo por supuesto bailaba feliz enchompada en verde.
Conversando con otros al llegar la aurora, la hora de los gallinazos, cuando la No-Helden cerraba sus fauces, cual vampiresa intolerante ante el día, me enteré que muchos de los chicos tan maravillosamente caracterizados, eran trabajadores, vendedores de computadoras en Wilson, obreros de fábrica, migrantes de segunda generación, todos eran parte del sistema, todos pertenecíamos al establishment de alguna manera; no se metían a alguna cueva o algún refugio a esperar que la noche aparezca exhuberante y húmeda, estas botas cuestan un montón amiga; de alguna manera se tenían que mantener los gustos.
Todos nos íbamos a nuestros destinos con el rímel corrido, con el cuerpo vibrando por tanto bailar, sólo que ellos en algún pequeño instante me parecieron tristes niños disfrazados; pero al voltear para verlos alejarse por última vez, se tornaron una vez más en espectros de ciudad.
P.D: En la foto está Clan of Xymox, un grupazo que no me abandona desde esas épocas.